Apenas vio que se bajaban del auto, Alberto se empezó a reír. —¡Pato! —llamó, sin dejar de pasar el trapo húmedo por el pequeño mostrador—. ¡Otra pareja que viene de encamarse! El Pato se asomó por la puerta que daba al salón contiguo del bar, donde estaban las comidas calientes y la cabina telefónica. —¿Dónde, boludo? —preguntó, estirándose la tela de la entrepierna del pantalón, como siempre. Tenía un pucho entre los labios, aprovechando que a esa hora de la noche no estaba el encargado.